Últimamente, tengo tres palabras dando vueltas en la cabeza: “habilitar”, “validar” y “empatizar”. Las pienso en relación a los chicos pero también a nosotras. Habilitar lo que nos pasa, ponerlo en palabras.
Hace unos días la temperatura marcaba 11 grados y nosotros estábamos por salir a dar una vuelta por el barrio. Cuando le dijimos a Juli que se ponga la campera (hazaña que aprendió hace muy poquito y todo el tiempo quiere practicar: “La capucha en los pies y te la po-nés”) nos dijo que no, que tenía calor. En casa hay loza radiante y siempre hace calor, así que decidí no insistirle y decirle: “tenés razón. La llevo en la mano por si abajo te da frío”. Caminamos una cuadra y ella solita me la pidió.
Después me quedé pensando en la secuencia y entendí que era mucho mejor validar lo que ella estaba sintiendo (calor) que convencerla de algo que no sentía (frío). Lo mismo se puede trasladar a un montón de situaciones: cuando está la comida y no tienen hambre o cuando se lastiman e instintivamente les decimos “no pasó nada” cuando sí pasó y sería mucho más lógico validar lo que ellos sienten que negarles lo que manifiestan.
Validar es aceptar eso que nuestro hijo está sintiendo (estemos de acuerdo o no) y nos está trayendo. No todos tenemos el mismo termostato, hambre al mismo momento o nos duele igual cuando nos lastimamos.
Como adultos podemos pensar que algo que ellos nos traen no es importante, que reaccionan desproporcionadamente, o podemos darle entidad.
Escribiendo este post se me vino a la cabeza otra situación que pasó hace varios meses. Juli venía copada con las “curitas”. Terminaba de bañarse y era lo primero que nos pedía antes de dormir. Amaba tener algún dedo envuelto en uno de sus personajes favoritos. Una mañana me pidió muy enérgicamente que le ponga una curita en el dedo gordo de la mano, que le dolía. Yo no vi nada pero se la puse. En el jardín se puso a llorar cuando se le salió y durante dos días fue imposible que lleve el dedo al descubierto. Ella se quejaba pero no se veía nada. Una tarde, incluso, me enojé con ella porque hizo un berrinche en medio de la calle cuando se le salió su curita y yo no tenía a mano una para reponerla.
Cuestión que al tercer día le apareció una infección en la uña de ese dedo. Cuando le conté al padre y a las maestras no lo podían creer. Ninguno de nosotros había validado eso que ella sentía y hasta habíamos desplazado su pedido. Obviamente después le pedimos perdón y no pasó a mayores.

Validar es acompañarlos, confiar en ellos y estar presentes. Todas las emociones que ellos nos traen son legítimas y nosotros como sus padres no deberíamos reprimirlas o hacerles dudar de aquello que sienten. Cuando todos le insistimos a Juli “no tenés nada”, o “no es para tanto” seguramente ella dudó de lo que sentía.
Lo mismo sucede cuando vemos a un adulto decirle a un chico “¿Dónde están las lágrimas?” porque vemos que “simulan” estar llorando. Haya o no lágrimas, lo cierto es que el chico está trayendo una frustración y de nada sirve silenciarla cuando podríamos ver realmente qué le pasa, darle entidad a eso que manifiesta. Si en lugar de recriminarlos los acompañamos, ellos van a sentirse más seguros y confiados.
Validar, habilitar y empatizar, es confiar en ellos. Mostrarles que acompañamos su vivencia y su sentir, que el mundo esta girando para el lado correcto.