Estás cansada, agotada, apenas tenés fuerza para salir de la cama y bañarte. Anoche tu hijo se levantó dos, tres, cinco veces, en realidad ya no sabés cuántas fueron. Quería agua, brazos, un cuento, corroborar que ustedes estaban ahí para él. Llegás al trabajo con ojeras pero intentás disimular tu cansancio, cambiar el chip que recién es lunes. Cuando entrás te cruzás con esa compañera que también es tu amiga. Te ofrece un mate, dos, la charla fluye y por un momento te olvidás de lo cansada que estás. Le contás que anoche tu hijo se levantaba tan seguido que con tu marido decidieron pasarlo a tu cama, que por suerte así las últimas horas todos pudieron descansar. Ella no tiene hijos pero te escucha atenta y al final te vomita: que si lo metés en tu cama no lo vas a sacar más, que tiene que aprender a dormir solo, que te está tomando el tiempo, que es mañoso y caprichoso y que vos lo consentís demasiado. Te insinúa que lo estás haciendo mal. No la escuches. LO ESTÁS HACIENDO BIEN.
Llegás a tu casa intentando no hacer ruido para poder tener cinco minutos sola antes de hacer el relevo con la niñera. Te sacás los zapatos, dejás el abrigo y cuando estás por servirte un vaso de agua escuchás que llora. Vas corriendo y en cuanto te ve se calma. Tienen dos horas antes de que llegue tu pareja y con él, otro par de brazos. No tenés fuerzas de jugar y le proponés ver una película, los dos acostados en la cama. Enseguida suena el teléfono. Es tu mamá. Escucha los dibujitos de fondo e interviene “¿Están viendo tele? Pero si tiene solo un año”. Te sentís fatal y te acordás de ese artículo que te reenviaron donde decía que los chicos hasta los dos años no procesan las imágenes, que es mucha información, que no es recomendable, que si lo ponés frente al televisor, la tablet o le das tu teléfono, aunque sean diez minutos, lo estás haciendo mal. No escuches a nadie, tomá aire y respira hondo: LO ESTÁS HACIENDO BIEN.
Llega la hora de la cena. En tu heladera hay de todo, ese no es el problema, pero estás cansada. Tu marido baña a tu hijo mientras vos preparás la mochila para el jardín, contestás notitas en el cuaderno de comunicaciones, lavás ropa, encargás pañales. No querés cocinar y te permitís pedir una pizza. Preferís aprovechar ese tiempo para tirarte a jugar con tu familia. Al otro día en el jardín surge el tema de la comida y vos contás entre risas que ayer cenaron pizza. Las madres se miran entre ellas hasta que una comenta: “¿Pizza casera o la compraste?” Y de nuevo te juzgan y te remarcan que el estómago de tu hijo es tan chiquito que es una pena que lo llenes de harinas blancas y aceite, que deberías comprar orgánico, hacer leches vegetales, pedir pollo a la granja, evitar procesados e inmolarte en la cocina. De nuevo lo mismo: el mundo te resalta con amarillo que lo hacés mal, que para qué decisite tener hijos si no ibas a poder dedicarte al cien por ciento. Abstraete y repetí conmigo: LO ESTÁS HACIENDO BIEN.
Catorce meses de lactancia. Ni en tus sueños pensaste que iban a llegar a esa instancia. Sos feliz dando de mamar, tu hijo no se enferma y vos te sentís tan productiva. Igual hay días que estás cansada, que te gustaría que se duerma con una canción, no tener que poner el cuerpo. Te preguntás cuándo vas a recuperar tu independencia, cuándo tu hijo no va a meterte las manos dentro de la remera en público y hay días en los que pensás que no podés más. Se lo comentás al pediatra, a tu hermana, a una amiga. Todos coinciden: destetá, toma de vicio, ya no le aporta nada. Voces que te dicen, de nuevo, que lo estás haciendo mal. No des bola: LO ESTÁS HACIENDO BIEN.
Ahí recordás que a tu prima le pasó lo mismo pero al revés. Ella no pudo dar la teta y también la juzgaron, le dijeron que lo estaba haciendo mal, que era egoísta por no darle lo mejor.
Te miran mal si comprás orgánico o si le das chatarra, si das la teta o decidís no darla, si duerme sólo en su habitación o con vos toda la noche, si usa chupete o si nunca agarró, si está en el cochecito o en el fular, si le das papilla o trozos, si lo dejás descalzo o lo abrigás por demás.
¿Qué pasaría si cuando vemos una madre colapsada en vez de criticarla le diéramos ánimo y le dijéramos que lo está haciendo bien? ¿Si en vez de sugerirle que deje llorar al niño por la noche nos ofreciéramos para cuidarlo un rato y que ella descanse? ¿Si en vez de sugerir destetar alentaríamos la lactancia? Seguramente, tendríamos una maternidad con menos culpas y más goce, lo que no es poco.

Repitamos el mantra hasta que las voces del afuera desaparezcan: “Lo estoy haciendo bien, lo estoy haciendo bien, lo estoy haciendo bien”.
*Nota publicada en el blog Crianza en Tribu de Revista Ohlala!